Escepticcionario

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21 Gramos (alma)

En algún momento del impreciso pasado, un médico acucioso habría acometido la macabra tarea de pesar a personas agonizantes, encontrando que éstas perdían, en el preciso instante de la muerte, 21 gramos. Los incrédulos suelen responder, por supuesto, con incredulidad. Para el sentido común semejante experimento linda con lo inverosímil, cuando no con lo grotesco o lo puramente literario. Ejemplos de esto último no faltan: recordemos aquí ese extraordinario cuento de Edgar Allan Poe, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, que fue leído en su momento como un reporte científico auténtico de la detención de la muerte por medio de la hipnosis. Y sin embargo, a pesar de lo extravagante que pueda parecer, ese experimento sí se llevó a cabo, y sus resultados incluso se publicaron en una revista médica. Su autor fue el Doctor en Medicina Duncan MacDougall, de Haverhill, Massachussets. El año, 1907.

En su artículo, el Dr. MacDougall comenzó esbozando una muy materialista hipótesis sobre la “sustancia del alma”, partiendo del supuesto de que “si las funciones psíquicas continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede existir como un cuerpo ocupante de espacio”. Y como se trata de un “cuerpo separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso, igual que el resto de la materia. Esa sustancia, obviamente, se desprende del cuerpo en el momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida de peso debe ser medible.

A continuación, pasó a poner a prueba su hipótesis. Instaló un lecho sobre un marco ligero construido en una romana de plataforma “muy delicadamente balanceada”. Sus sujetos de experimentación fueron seis enfermos terminales, de los cuales solo señala su diagnóstico, su sexo, y que se encontraban agonizantes. Cuatro pacientes habían sido diagnosticados como tuberculosos, uno sufría coma diabético y del último no se precisa dato alguno; cada uno de ellos fue mantenido en observación (garantizándose su comodidad) hasta que sobrevino la muerte. Durante ese lapso, MacDougall reajustó periódicamente el fiel de la balanza de acuerdo a la disminución de peso esperable por las pérdidas insensibles.

Estos fueron (resumidamente) los resultados:

  • Paciente N° 1: pérdida de “tres cuartos de onza” (unos 21,3 gramos) “súbitamente coincidiendo con la muerte”.
  • Paciente N° 2: pérdida de “una onza y media y cincuenta granos” (o sea 45,84 gramos) en “los dieciocho minutos que transcurrieron desde el cese de la respiración hasta que estuvieron seguros de su muerte” (sic).
  • Paciente N° 3: pérdida de “media onza coincidiendo con la muerte, y una pérdida adicional de una onza pocos minutos mas tarde” (42,65 gramos en total).
  • Paciente N° 4: MacDougall consideró esta prueba sin valor, debido a que la balanza no pudo ser bien ajustada “por la interferencia de personas opuestas a su trabajo”.
  • Paciente N° 5: en este caso, se registró una pérdida inicial de “tres octavos de onza” (10,66 gramos) “simultáneamente con la muerte”, pero luego el fiel de la balanza regresó espontáneamente a su posición inicial y se mantuvo allí por quince minutos a pesar de retirar los pesos (!). Paciente N° 6: esta prueba también resultó invalidada al fallecer el paciente antes de que la balanza fuera calibrada.

MacDougall también efectuó un experimento control, consistente en envenenar a quince perros sanos (!) para pesarlos en el momento de la muerte, con resultados uniformemente negativos. Pero antes de hacernos una mala imagen del doctor, reconozcamos que al menos se queja de su escasa fortuna para conseguir perros que estuvieran  muriendo de alguna enfermedad.

Objeciones

Ante todo, evitemos las explicaciones fáciles, como sospechar que la pérdida de gas intestinal o del aire pulmonar da cuenta de la (supuesta) pérdida de peso que MacDougall observó en sus experimentos. La segunda posibilidad fue descartada por él mismo, pues verificó que inspiraciones y espiraciones forzadas no alteraban el equilibrio de la balanza. En cuanto a la primera, ya sean veintiuno o cuarenta y pico los gramos de gas, estos equivalen a un volumen de muchos litros, fácilmente detectables tanto pre como postmortem.

En realidad, es inútil pretender buscarle explicaciones “naturalistas” a la pérdida de peso que (supuestamente) se observó, por la sencilla razón de que todo el experimento está viciado por severas fallas. Empezando por una descripción en general confusa de los procedimientos y una muestra demasiado pequeña: se pudieron analizar los datos de apenas cuatro pacientes. Por otra parte, no se utilizó un criterio claro para definir “el momento exacto de la muerte”. Dadas las limitaciones de la época, este elemento crucial resultaba muy difícil de determinar, y esto queda bien patente en el caso del paciente N° 2: este siguió presentando espasmos faciales durante quince minutos después del cese aparente de la respiración, y solo tras cesar los espasmos se le auscultó para comprobar la ausencia de latidos cardíacos. ¿Cuál fue el “momento exacto de la muerte”? Esta vaguedad conduce, además, a una insólita flexibilidad a la hora de registrar las variaciones del peso: en un caso se considera positiva una pérdida de peso “instantánea”, pero en otros se asumen como positivas las pérdidas ocurridas a lo largo de varios minutos, sin límite fijo ni relación clara con el deceso.

¿Pero podemos, al menos, confiar en la forma en que se hicieron las mediciones? Pues ni siquiera eso. MacDougall afirma que sus escalas eran sensibles a “dos décimas de una onza” (5,68 gramos), lo que no es óbice para que en un caso nos ofrezca una precisión de “50 granos” (3,2 gramos), lo que resulta tan poco serio como medir milímetros con una regla graduada solo en centímetros. Obviamente, la seguridad de las medidas ni de lejos se aproxima a la que se pretende. Si seguimos adelante observamos también que los resultados ni siquiera resultan congruentes entre ellos. Uno de los pacientes presentó una pérdida de peso instantánea y nada más, dos a lo largo de varios minutos, y el último hizo malabarismos con la romana durante quince largos minutos. Para conciliar esto con la hipótesis inicial es preciso tramar muchas explicaciones ad hoc, como la influencia del temperamento del paciente (ya cadáver para ese momento).

Conclusión

¿Qué queda, al final, de este experimento? Pues poca cosa: en realidad solo una colección de datos que se debaten entre la incongruencia y la anécdota, con una posibilidad inmensa de errores instrumentales. Para poner esto en perspectiva, consideremos simplemente que MacDougall intentó medir variaciones de peso del orden del 0,05 %, lo que no resulta fácil en condiciones clínicas ni siquiera hoy en día. Habla en su favor que no pretendiera haber probado algo: expresamente reconoce que se requiere una gran cantidad de experimentos “antes de que este tema pueda ser zanjado más allá de cualquier posibilidad de error”. Los consabidos “21 gramos” quedan reducidos a pura leyenda basada en un experimento mal hecho, que hasta la fecha nadie parece ansioso de repetir.

¿Como se asumió dicho experimento como positivo?

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Muy sencillo, la respuesta la tenemos revisando el periódico que publicó la noticia por primera vez.

En el New York Times de 1911, cuatro años después del experimento, un periodista publico un artículo donde afirmaba que MacDougall había demostrado que los cuerpos perdían 21 gramos y este peso correspondía al alma.

En realidad, MacDougall nunca se ha atrevido a declarar que sus pruebas eran una prueba de la existencia del alma, pero a lo sumo podían acreditarlo (hipótesis), dado que ninguna otra explicación normal y fisiológica se encontró para que se explicara el cambio de peso.

Más tarde, y a pesar de que solo había podido examinar seis cuerpos, el doctor sueco Nils O’ Jacobson, manifestaba en 1971 las veleidades de reanudar estos trabajos, escribió que MacDougall había obtenido 92 resultados positivos, confirmando los 21 gramos. ¿De donde habían salido estos datos complementarios? Otros dos otros investigadores, Bernard Duffy, un inglés y el Dr. Zaalberg Van Zelst, en Holanda, habrían repetido la experiencia, encontrando uno y otro una media de 70 gramos.  ¿El alma se sobrecarga en función de las encarnaciones?

En 1990, médicos de Alemania del Este indicaron un peso del alma de 10 miligramos determinado sobre 200 pacientes en fase terminal. Como cualquier hijo de vecino sabe, el último refugio del alma se sitúa en el cerebro, en la glándula pineal (sino, leed a Descartes), ellos se habían limitado a pesar cerebros de gente difunta en Lübeck, en Alemania. 10 Mg, es menos mucho que en América; ¿la densidad del alma depende del grado de creencia en ésta? En cualquier caso, este estudio proponía que esta pequeña pérdida se debía a un deterioro físico instantáneo.

La inevitable conclusión es que el alma existe, puesto que tiene un peso”, lamentaba reconocer al Dr. Becker Mertens de Dresde. ¿Todas estas experiencias pueden inscribirse en la raza de los excesos de un cienticismo naciente, o en la última prolongación de prácticas oscurantistas de otr tiempo En 2001, la cuestión del peso del alma se mencionó de nuevo en un estudio del “Journal of Scientific Exploration”, dónde medidas sobre una balanza digital (con un grado de error 5 g) han permitido determinar ganancias de peso en el momento de la muerte de animales.

MacDougall, también, le había medido la pérdida de peso consecutiva a la muerte de 15 perros con su balanza y no había encontrado ninguna diferencia. H. L. Twining, en 1979, así mismo había pesado de este modo ratones y no había encontrado ninguna variación mensurable. Esta vez, en Redmond, en Oregon, los Estados Unidos, son gallos, ovejas, corderos y una cabra lo que sometieron a esta atroz medida después de haber sido sacrificados por asfixia. Ahora bien, contra todo pronóstico, en todos los casos, hay una ganancia de peso que iba de 18 a 780 gramos. Eso sugiere que los animales ganan peso transitoriamente en el momento de la muerte, concluye al autor Lewis E. Hollander, Jr.

Para rematar aun más esto, en 2003 se estrenó la película “21 gramos”, basada en este mito. Algo que, aunque está fundamentado en una conclusión forzada por un periodista y el claro propósito de un doctor sueco por avivar el experimento, dejó aun más huella en toda persona crédula que ya asume que ese experimento de dudosos resultados y claramente fallido, pudo ser verdad tal y como se lo contaron.

Fuentes:

JAVIER GARRIDO que ejerce su profesión de médico en Porlamar, estado Nueva Esparta, Venezuela

http://www.geocities.com/escepticosvenezuela Lúcido Número 13 | Abril 2004 3

http://hills.ccsf.cc.ca.us/~jinouy01/lifeafterdeath/soul-at-death.html

http://www.snopes.com/religion/soulweight.asp

http://www.escepticospr.com/Archivos/21%20gramos.htm

Otras fuentes a consultar:

http://www.nosvisitan.com/cuanto-pesa-el-alma-humana.html

http://www.ghostweb.com/soul.html

http://www.ateoyagnostico.com/2011/06/18/21-gramos-de-alma-otro-mito-que-cae-por-su-propio-peso/

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